6.8.25

En España empieza a amanecer

Foto 1: Amanecer desde el casstillo de Feria (foto jjferia).

LA GUERRA HA TERMINADO


 Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, 
 los hombres fuertes crean tiempos fáciles. 
Los tiempos fáciles crean hombres débiles, 
       los hombres débiles crean tiempos difíciles. 
G. Michael Hopf

No conocimos aquella guerra. En realidad, yo la sentía tan remota como la guerra de la Independencia y hasta como la de Viriato (aquella de Roma no paga traidores), que debía de ser más antigua todavía. Sin embargo, divisada desde la perspectiva de entonces, la guerra que enfrentó a nuestros padres, para aquellos niños de la posguerra, apenas quedaba a poco más de cinco o seis calendarios de distancia. Más cercanas y reales me resultarían después la lucha por la libertad del Jabato contra a los romanos, gracias a las hazañas de aquel otro Espartaco ibero, al que acompañaba en aquellos tebeos que pasaban de mano en mano (Astérix el Galo apareció más tarde fuera de nuestras fronteras y se popularizó décadas después en español).

Foto 2: Portada del ejemplar  nº 1 de El Jabato del año 1958 con guion de Víctor Mora.

No creo que en su día se escuchara en Feria aquel parte final de guerra transmitido por la radio, por la sencilla razón de que el pueblo no contaba todavía con electricidad ni con aparatos de radio. Sí, ese último parte que después se oiría hasta la saciedad con voz desgarrada y estentórea: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo...»

Sin pantallas, ni grandes ni chicas; sin teléfono; sin noticias del mundo. Quizás por eso me sentía tan campante, ajeno a los tejemanejes que se cocían en las altas esferas donde se dirigía el rumbo del país. Cuando llegó la luz y los primeros “arradios” al pueblo, a las noticias se le seguía llamando el “parte” como si no se hubieran apagado los ecos de las trincheras. El No-Do aparecería por aquí con mucho retraso; en él se pudo ver al Caudillo y las bondades de su régimen, los pantanos del Plan Badajoz y lo bien que iba España desde la gloriosa victoria en aquella guerra de Liberación que estalló como consecuencia del glorioso Alzamiento Nacional. Y si algo iba mal, era por culpa de los otros países que envidiaban nuestra gloriosa historia imperial, sobre todo la Rusia comunista y atea que nos birló el oro a los españoles.

La verdad es que yo vivía tan ajeno a esa retórica triunfalista de corte bíblico y medieval, como indiferente a las supuestas grandezas de la patria. Bastante tenía ya para sobrevivir en medio de la escasez ocasionada por los estragos de la contienda. Es cierto que la figura de aquel general aparecía ensalzada en los manuales escolares. Incluso en los sellos de las cartas y hasta en los duros y pesetas (Caudillo de España por la gracia de Dios). Para que quedara claro quien mandaba aquí. También me vigilaba desde el cuadro que estaba sobre el encerado de la escuela junto con el del fundador de la falange, ejecutado en la cárcel durante la guerra.

Aunque hiciera tan poco tiempo de la Cruzada, como llamaban a aquel sangriento encontronazo, en casa no se hablaba del asunto. Y si preguntaba algo, mi curiosidad chocaba siempre contra un muro infranqueable imposible de derribar. Como si los protagonistas hubieran hecho un pacto de silencio o, como ahora creo yo, para no hurgar en una herida enconada y aún no cicatrizada; reacios a remover recuerdos dolorosos aderezados con ingredientes amargos de resentimientos, odios y cuentas pendientes; un brebaje que debió envenenar la convivencia de los vecinos del pueblo durante esos años previos a mi nacimiento. Después los hundió en un temeroso mutismo. Pero sobre todo porque, agotados de tanto enfrentamiento, ansiaban ganarse con su trabajo el mendrugo de pan para sus hijos y gozar de la vida en la paz del hogar.

De cualquier forma, sabiendo cómo se las gastaba el que mandaba, ni ellos ni yo ni nadie que apreciara su vida se atrevería a llevarle la contraria, ni a buscarle las cosquillas hasta que murió de viejo y fue enterrado con pompa y circunstancia cuarenta años después.

Foto 3:  Cruz de los Caídos por Dios y por la Patria junto a la fachada norte de la iglesia de Feria (foto Francisco Felipe)

Precisamente un 20 de Noviembre, el mismo día que se produjo, cuarenta años ante, del fusilamiento del fundador de la Falange; un día que recordábamos cada año cantando el Cara al sol con el brazo en alto en el atrio de la iglesia: Aquel himno que terminaba antes de los tres gritos de rigor con: 

Los nombres de los jóvenes muertos de un bando aparecían con honores de mártires junto a aquella cruz de los "caídos por Dios y por la Patria" adosada en la pared de la iglesia; mientras que los muertos del otro nadie se atrevía a reclamarlos dondequiera que cayeran, muchos de ellos ejecutados con nocturnidad y alevosía junto al cementerio, arrojados a la fosa común o a algún pozo del contorno. Bueno, de esto último me enteré mucho después. Hasta hoy que, pese al tiempo transcurrido, todavía hay que andarse con cautela, como caminando descalzo sobre cristales rotos, para no herir los sentimientos de nadie. Bueno, yo qué sé lo que pasó si ni siquiera había nacido, la verdad. 

       Como tampoco soy historiador, no pretendo exponer la verdad indiscutible e imparcial al tocar de refilón unos sucesos pasados que condicionaron aquel presente de mi vida; tampoco soy juez para declarar culpables e inocentes, ni achacar a nadie las barbaries que cometieron con anterioridad "los hunos y los hotros" (como escribía Unamuno). Me limito a dejar fluir con total subjetividad el río de la conciencia desde el manantial cristalino y saltarín de mi lejano nacimiento y primeros pasos de su curso vital, procurando que no se contamine con las turbulencias que el asunto todavía sigue provocando.

En vista del fracaso de mis incipientes intentos por saber, me conformé con mi ignorancia; pues, de cualquier forma, mi candidez e ingenuidad me habrían impedido albergar ni peba de rencor u hostilidad contra nadie. Sin embargo, el tiempo pasado desde aquello no ha logrado apagar los rescoldos del todo y la llama se reaviva hasta en las nuevas generaciones. Es como si nacieran contagiados con la pegajosa mangria que infectó el alma de sus agüelos hace casi un siglo. ¿Cuándo daremos por terminada y olvidada aquella maldita guerra? Lo que no quiere decir que renunciemos a saber lo que pasó, pero sin pasión ni implicarnos en ella. Evitando el enfrentamiento, aunque no sea más que verbal. 

Por mi parte, prefiero seguir en el limbo como aquel niño de entonces para el que aquella guerra permanecía en la nebulosa lejana de una oscura prehistoria que no le afectaba emocionalmente lo más mínimo. Como no llamaba la atención en el pueblo que los nombres de destacados militares o políticos sublevados aparecieran en las placas callejeras, pues la gente los ignoraba y las calles seguían conociéndose con el nombre de siempre, a no ser para cubrir el expediente de algún documento oficial. Y así, la calle de José Antonio Primo de Rivera seguía siendo la calle Nueva, lo mismo que el paseo del General Franco era la Corredera, igual pasaba con otros nombres de calles como las del General Mola o Capitán Cortés.

Las monjas del colegio ponían más empeño en inculcarme los principios religiosos que las consignas político-militares. Es cierto que en la clase aparecían a veces alusiones a ese pasado imperfecto. Cuando mi hermano Antonio murió con trece años, mi madre guardó todas sus cosas, entre ellas los trabajos escolares. Muchos de ellos aún están por casa en el baúl de los recuerdos familiares. Rebuscando en él, encuentro perlas admirables, entre ellas una carta del año 1953 a los Reyes Magos en la que reconoce que "a mi hermano le pego alguna vez, pero ya no le voy a pegar". Entonces yo tenía 4 añitos y él 8. 

Foto 4: Pagina manuscrita con pluma y tintero de una libreta escolar por el niño de 9 años Antonio Becerra Ladera en el año 1954

En una libreta aparece este desorbitado elogio de Franco copiado a tinta con esmerada caligrafía (Aunque el invicto Caudillo le salió regulín; entreveo "el 6 y el 4 la cara del tu retrato" que hacía para pintarme a mí también). Por cierto, el manuscrito es una copia del Nosotros "Primer libro de lectura", ¡para niños de 6 años!, que utilizó él y que yo heredé tras superar aquellas cartillas de Rayas donde me inicié en la lectura. También encontré ese libro buscando en el baúl de los recuerdos:

«Se llama Don Francisco Franco Bahamonde. Y nació en la Galicia húmeda y verde. Por sus hazañas, allá en tierras del moro, era ya a los 33 años general del Ejército español. Hoy es el Caudillo de España. Franco ama a España por encima de todo. Por encima de su vida y de su tranquilo bienestar. Franco ha sido el Generalísimo de la Victoria. Y desafió a la muerte en todos los campos de la Patria para ganar la guerra. Franco es el gobernante sabio. Y trabaja en silencio, sin descanso, para guiarnos en la paz. Por él, España ha vuelto de nuevo a ser grande y libre; admirada y temida. Y cristiana. Por él no falta el pan en tu mesa; ni la lumbre en tu hogar». 

Para que se quejen los franquistas de hoy de manipulación y adoctrinamiento a los niños en la escuela. Ya digo, este fue mi primer contacto con la lectura después de aprender a silabear. Yo recuerdo con mucho júbilo este paso, aunque no me explico cómo no terminé aborreciendo la lectura para siempre. Avancemos con ilusión, pero sin dejar de mirar por el retrovisor para no olvidar de dónde venimos. Los recuerdos son el pasado cuando queda tanto por andar uh-uh-uh-uh, cantaría con desenfado Karina en aquellos guateques al final de los años 60, cuando teníamos menos pasado y mucho más futuro para soñar y pintar de colores aquel panorama gris de los primeros años.

Pero hoy toca volver la vista atrás sin ira ni resentimiento, sin dejarse dominar por la amargura senil al evocar aquella época en la que, a pesar de todo, si no feliz (que es palabra manida y tontorrona), estaba contento con la vida. En una parcela marginal de un país atrasado y en ruinas; como las del cascarón del grupo escolar que la guerra impidió que se terminara, y que servía para que los muchachos nos aventuráramos, retándonos entre sus escombros y cascotes. Allí donde alguno derramó la sangre de alguna que otra pitera ocasionada por una piedra perdida jugando al herrero.

Foto 5: Donde alguno derramó la sangre de alguna pitera  ocasionada por una piedra perdida jugando al herrero.

          Sí, todos tan contentos, juntos y revueltos. Aquellas criaturas concebidas en los años de la jambre andábamos a lo nuestro, sin distinguir ni importarnos quienes eran los hijos de los rojos, o los azules (ni tampoco los moraos). Ni siquiera éramos conscientes de ello. Todos como pajarinos volanderos de la misma hornada, con las mismas ganas de disfrutar, revoloteando incansables al saltar del nido en el desamparado güerto que encontramos al nacer. Sin pasado y con todo el porvenir por delante. Nuestros eran por igual los verdugos y las víctimas, los vencedores y los vencidos que habían sobrevivido. Pero, sobre todo, nuestro era todo el tiempo del mundo en aquellos largos días de la infancia. Y así queríamos seguir porque nos importaba un bledo aquella trifulca, ya que tampoco comprendíamos la causa que la desencadenó. Aquella no era nuestra guerra.

También quedaría al margen, como todos los muchachos de la época, supongo, de otra guerra en las colonias africanas que nos pasó por encima sin pena ni gloria. De ella tuvimos noticia cuando pasaba un aeroplano tras otro y alguien decía mirando al cielo «Van pa Ifni». No sé si tendría algo que ver, pero tirando del hilo me viene a la memoria el bar de Merendilla, lleno hasta los topes, con gente que acudía a escuchar hablar a los soldados desde el frente en una radio a pilas que tenía. Quizás esperaban el mensaje de algún corito entre ellos. Cuando volvieron al pueblo los soldaos de aquel año, algunos magullados o cojeando, la gente se agolpaba en la parada de brito para recibirlos mientras yo curioseaba entre el tumulto para ver qué pasaba. Reconozco que no consigo enfocar el objetivo con claridad. Por eso no estoy seguro de si se trata de una mezcla de materiales distintos, o simplemente ensoñaciones y fantasmas de mi imaginación en la que me refugiaba tantas veces huyendo de la realidad.

Tal vez fuera mera coincidencia, lo que sí recuerdo con más precisión es una prenda de vestir a modo de chaqueta safari o sahariana que se llevaba por entonces. La llamaba seriana y a mí me hicieron una en casa. ¡Qué cosas! Seriana, brito, aeroplano... palabras que el tiempo marchitó cual flores de un día. Tan olvidadas como el pelargón y la guerra de Ifni.

Como la ropa, los escasos libros escolares se repetían, repasaban y remendaban una y otra vez. Los libros no eran objetos de primera necesidad, dadas las carencias de lo más imprescindible para sobrevivir entonces. Una vez que caí gravemente enfermo y estuve hospitalizado en Badajoz al borde de la muerte, aproveché la ocasión para pedirle a mi padre que me comprara un libro que tenía muchos santos para entretenerme. Por consideración del trance en que me encontraba accedió a mi capricho y, como el que cumple la última voluntad de un sentenciado a la pena capital, fue a la librería y consiguió el libro que tanto deseaba. Su título «Yo soy español». Todavía lo conservo. Esta es una de sus páginas.

Uno de esos salvadores era José Antonio, el "primo" de Rivera, claro; y el otro, Franco; faltaría más. Ahora cuando lo releo, me produce respeluco, desasosiego... un profundo dolor, si quieren, poniéndome en la piel de los que sufrieron las consecuencias. Pero entonces me parecía un cuento de buenos y malos; agradeciendo los desvelos que asumían los que se encargaban de mi educación por prevenirme de gente tan perversa como los socialistas y los masones. ¿Qué serían los masones? ¿Cómo serían los socialistas? Algo así como el demonio, el tío del saco o el ogro comeniños, debí pensar. 

Pero aquel zagal no solo superó aquel primer ultimátum del destino, sino que, como tantos otros de sus coetáneos, al llegar la mocedad, se sacudiría, gracias a otras lecturas más estimulantes, la caspa superficial que les dejó la inoperante "Formación del Espíritu Nacional". Entonces empezó a cuestionar la sumisión de sus progenitores, que se dejaron embaucar por unos golpistas defensores de una España que se resistía a seguir los avances sociales y respirar los aires renovadores que soplaban. Muchos de ellos tuvieron que coger la maleta en busca de otros horizontes y entonar el ¡Adiós mi España quería...! Más tarde, los hijos y las hijas de aquellos jóvenes han podido educarse en un ambiente distendido, tolerante y con más comodidades que el que nos tocó a nosotros.

Pero no solo de pan vive el hombre… Añejas obsesiones y actitudes violentas que segaron tantas vidas en el siglo pasado, parecen aflorar otra vez conquistando las mentes de los jóvenes de hoy, que con furor guerrero, proclaman aquello de “¡Arriba escuadras a vencer…!” La verdad es que se lo hemos servido en bandeja (los unos y los otros, sin h esta vez) con nuestra insaciable codicia para satisfacer depravadas apetencias materiales, desde el rey hasta el último contribuyente.

Es cosa sabida que los años mozos se distinguen por su extremosidad. Así, empujados por los vientos del tiempo, los adolescentes se ven arrastrados a actuar de forma muy distinta a la esperada. Esta actitud también nos lastra a todos al traspasar el umbral de la infancia, cuando el péndulo oscila con furia hacia el extremo opuesto. Un comportamiento que se repite una y otra vez como la morcilla lustre. Y ahora que los extremos del círculo se están tocando ¿qué hacemos? ¿Seguir con las antojeras dando vueltas como burrancos en la era o en la noria, sin avanzar ni escapar del torbellino en el que estamos atrapados?

¿Empezamos el ciclo de nuevo? Recuperemos la cordura, la estabilidad y esperemos librarnos de este vaivén vertiginoso coincidiendo en una amplia zona de pacífica armonía, sin tantos bandazos. Así que mantengamos encendida la llama de la esperanza: Ojalá llegue el día en que soñemos que las guerras han terminado para siempre en un mundo donde reinan la honestidad, la solidaridad y la justicia. Y que, al despertar, descubramos que es verdad. Ese día será el verdadero comienzo del amanecer de la nueva humanidad.

Juan-José Becerra Ladera
Foto 7: Calle de Zafra (Calle del General Queipo de Llano durante la postguerra y gobierno del General Franco)

Portada de la revista de festejos patronales en honor de San Bartolomé (Feria, Agosto 2025) en la que fue publicado este artículo de "En aquel tiempo... (Recuerdos de antaño)".


NOTA 

El significado de las palabras destacadas en negrita se pueden consultar en 

 https://diccionariocorito.wordpress.com/




En aquel tiempo... (Recuerdos de antaño)

Juan-José Becerra ladera