29.8.24

Pola ca los Mártires


POLA CA LOS MÁRTIRES


La veían pasar tolas tardes

pola ca los Mártires,

camino la ermita

onde vive la su «Virgencita»,

una vigen que llaman de Consolación,

buscando el consuelo del su corazón.

La veían pasar pola calle

arrengá baj’un peso tan grande,

que pahe que lleva la probecina

la torre y el castillo encima.

Y al pasar, tolas puertas se cierran:

“¡Las penas, del lumbrá pa fuera;

que si en casa se meten,

ya no hay quien las eche!”.

Eso dice la gente

desque ve pasar

a la viva imagen de la Soledá.

 

Namás q’una puerta

permanece abierta,

la d’aquella ermita

onde vive la su «Virgencita»,

una vigen que llaman de Consolación

porqu’es el consuelo y es Madre d’Amor.

Una madre que siempre la espera

paque vaya y le cuente las penas:

“El hombre sigue en el paro

que no es quien pa encontrar trabajo,

y hora el mi niño

sa puesto malino,

que las desgracias nunca vienen solas

pos pahen llamase unas a otras.

Y yo, anque no doy abado,

pa dijustos no gano.

Que ni me fían ya en el comercio

porque dicen qu’es mucho lo que les debo…”

Y asina va repasando

las cuentas del su rosario.

Hasta qu’al final va y le dice

la vigen al despedise:

“Vaite tranquila, mujer, y ten pacencia,

vas a vé como to s’arregla;

y no te s’orvíe besar al tu hijo

que ese beso lleva tol cariño mío”.

 

Hoy viene la vigen a ver al su pueblo

y tolos vecinos  salen  al encuentro.

Tamié acude a vela

la mujer aquella,

que veían pasar tolas tardes

pola ca los Mártires…

Anque ya no pahe la mesma,

pos de la su casa huyeron las penas

y es la cara un espejo

de la dicha qu’alaga el su pecho.

Flotando en el aire com’una pavesa

—asina se siente, asín de ligera—

va con el marío, qu’encontró trabajo,

y un niño en los brazos,

más sano q’un pero

y tan guapo que da gusto velo.

Y al ver a la vigen, el chiquino le manda

un beso que vuela y s’aposa en la su mesma cara.

Un besino qu’a ella la gustao

más que tolos abalorios que rebrillan tanto.

Como brillan dos lágrimas de gozo

de aquella mujer en los ojos,

mientras dice con el corazón:

“Gracias, Gloriosa Siñora de Consolación”.

 

 J.J. BECERRA