6.8.25

En España empieza a amanecer

Foto 1: Amanecer desde el casstillo de Feria (foto jjferia).

LA GUERRA HA TERMINADO


 Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, 
 los hombres fuertes crean tiempos fáciles. 
Los tiempos fáciles crean hombres débiles, 
       los hombres débiles crean tiempos difíciles. 
G. Michael Hopf

No conocimos aquella guerra. En realidad, yo la sentía tan remota como la guerra de la Independencia y hasta como la de Viriato (aquella de Roma no paga traidores), que debía de ser más antigua todavía. Sin embargo, divisada desde la perspectiva de entonces, la guerra que enfrentó a nuestros padres, para aquellos niños de la posguerra, apenas quedaba a poco más de cinco o seis calendarios de distancia. Más cercanas y reales me resultarían después la lucha por la libertad del Jabato contra a los romanos, gracias a las hazañas de aquel otro Espartaco ibero, al que acompañaba en aquellos tebeos que pasaban de mano en mano (Astérix el Galo apareció más tarde fuera de nuestras fronteras y se popularizó décadas después en español).

Foto 2: Portada del ejemplar  nº 1 de El Jabato del año 1958 con guion de Víctor Mora.

No creo que en su día se escuchara en Feria aquel parte final de guerra transmitido por la radio, por la sencilla razón de que el pueblo no contaba todavía con electricidad ni con aparatos de radio. Sí, ese último parte que después se oiría hasta la saciedad con voz desgarrada y estentórea: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo...»

Sin pantallas, ni grandes ni chicas; sin teléfono; sin noticias del mundo. Quizás por eso me sentía tan campante, ajeno a los tejemanejes que se cocían en las altas esferas donde se dirigía el rumbo del país. Cuando llegó la luz y los primeros “arradios” al pueblo, a las noticias se le seguía llamando el “parte” como si no se hubieran apagado los ecos de las trincheras. El No-Do aparecería por aquí con mucho retraso; en él se pudo ver al Caudillo y las bondades de su régimen, los pantanos del Plan Badajoz y lo bien que iba España desde la gloriosa victoria en aquella guerra de Liberación que estalló como consecuencia del glorioso Alzamiento Nacional. Y si algo iba mal, era por culpa de los otros países que envidiaban nuestra gloriosa historia imperial, sobre todo la Rusia comunista y atea que nos birló el oro a los españoles.

La verdad es que yo vivía tan ajeno a esa retórica triunfalista de corte bíblico y medieval, como indiferente a las supuestas grandezas de la patria. Bastante tenía ya para sobrevivir en medio de la escasez ocasionada por los estragos de la contienda. Es cierto que la figura de aquel general aparecía ensalzada en los manuales escolares. Incluso en los sellos de las cartas y hasta en los duros y pesetas (Caudillo de España por la gracia de Dios). Para que quedara claro quien mandaba aquí. También me vigilaba desde el cuadro que estaba sobre el encerado de la escuela junto con el del fundador de la falange, ejecutado en la cárcel durante la guerra.

Aunque hiciera tan poco tiempo de la Cruzada, como llamaban a aquel sangriento encontronazo, en casa no se hablaba del asunto. Y si preguntaba algo, mi curiosidad chocaba siempre contra un muro infranqueable imposible de derribar. Como si los protagonistas hubieran hecho un pacto de silencio o, como ahora creo yo, para no hurgar en una herida enconada que tardaría en cicatrizar; reacios a remover recuerdos dolorosos aderezados con ingredientes amargos de resentimientos, odios y cuentas pendientes; un brebaje que debió envenenar la convivencia de los vecinos del pueblo durante esos años previos a mi nacimiento. Después los hundió en un temeroso mutismo. Pero sobre todo porque, agotados de tanto enfrentamiento, ansiaban ganarse con su trabajo el mendrugo de pan para sus hijos y gozar de la vida sencilla en la paz del hogar.

De cualquier forma, sabiendo cómo se las gastaba el que mandaba, ni ellos ni yo ni nadie que apreciara su vida se atrevería a llevarle la contraria, ni a buscarle las cosquillas hasta que murió de viejo y fue enterrado con pompa y circunstancia cuarenta años después.

Foto 3:  Cruz de los Caídos por Dios y por la Patria junto a la fachada norte de la iglesia de Feria (foto Francisco Felipe)

Precisamente un 20 de Noviembre, el mismo día que se produjo, cuarenta años ante, del fusilamiento del fundador de la Falange; un día que recordábamos cada año cantando el Cara al sol con el brazo en alto en el atrio de la iglesia: Aquel himno que terminaba antes de los tres gritos de rigor con: 

Los nombres de los jóvenes muertos de un bando aparecían con honores de mártires junto a aquella cruz de los "caídos por Dios y por la Patria" adosada en la pared de la iglesia; mientras que los muertos del otro nadie se atrevía a reclamarlos dondequiera que cayeran, muchos de ellos ejecutados con nocturnidad y alevosía junto al cementerio, arrojados a la fosa común o a algún pozo del contorno. Bueno, de esto último me enteré mucho después. Hasta hoy que, pese al tiempo transcurrido, todavía hay que andarse con cautela, como caminando descalzo sobre cristales rotos, para no herir los sentimientos de nadie. Bueno, yo qué sé lo que pasó si ni siquiera había nacido, la verdad. 

       Como tampoco soy historiador, no pretendo exponer la verdad indiscutible e imparcial al tocar de refilón unos sucesos pasados que condicionaron aquel presente de mi vida; tampoco soy juez para declarar culpables e inocentes, ni achacar a nadie las barbaries que cometieron con anterioridad "los hunos y los hotros" (como escribía Unamuno). Me limito a dejar fluir con total subjetividad el río de la conciencia desde el manantial cristalino y saltarín de mi lejano nacimiento y primeros pasos de su curso vital, procurando que no se contamine con las turbulencias que el asunto todavía sigue provocando.

En vista del fracaso de mis incipientes intentos por saber, me conformé con mi ignorancia; pues, de cualquier forma, mi candidez e ingenuidad me habrían impedido albergar ni peba de rencor u hostilidad contra nadie. Sin embargo, el tiempo pasado desde aquello no ha logrado apagar los rescoldos del todo y la llama se reaviva hasta en las nuevas generaciones. Es como si nacieran contagiados con la pegajosa mangria que infectó el alma de sus agüelos hace casi un siglo. ¿Cuándo daremos por terminada y olvidada aquella maldita guerra? Lo que no quiere decir que renunciemos a saber lo que pasó, pero sin pasión ni implicarnos en ella. Evitando el enfrentamiento, aunque no sea más que verbal. 

Por mi parte, prefiero seguir en el limbo como aquel niño de entonces para el que aquella guerra permanecía en la nebulosa lejana de una oscura prehistoria que no le afectaba emocionalmente lo más mínimo. Como no llamaba la atención en el pueblo que los nombres de destacados militares o políticos sublevados aparecieran en las placas callejeras, pues la gente los ignoraba y las calles seguían conociéndose con el nombre de siempre, a no ser para cubrir el expediente de algún documento oficial. Y así, la calle de José Antonio Primo de Rivera seguía siendo la calle Nueva, lo mismo que el paseo del General Franco era la Corredera, igual pasaba con otros nombres de calles como las del General Mola o Capitán Cortés.

Las monjas del colegio ponían más empeño en inculcarme los principios religiosos que las consignas político-militares. Es cierto que en la clase aparecían a veces alusiones a ese pasado imperfecto. Cuando mi hermano Antonio murió con trece años, mi madre guardó todas sus cosas, entre ellas los trabajos escolares. Muchos de ellos aún están por casa en el baúl de los recuerdos familiares. Rebuscando en él, encuentro perlas admirables, entre ellas una carta del año 1953 a los Reyes Magos en la que reconoce que "a mi hermano le pego alguna vez, pero ya no le voy a pegar". Entonces yo tenía 4 añitos y él 8. 

Foto 4: Pagina manuscrita con pluma y tintero de una libreta escolar por el niño de 9 años Antonio Becerra Ladera en el año 1954

En una libreta aparece este desorbitado elogio de Franco copiado a tinta con esmerada caligrafía (Aunque el invicto Caudillo le salió regulín; entreveo "el 6 y el 4 la cara del tu retrato" que hacía para pintarme a mí también). Por cierto, el manuscrito es una copia del Nosotros "Primer libro de lectura", ¡para niños de 6 años!, que utilizó él y que yo heredé tras superar aquellas cartillas de Rayas donde me inicié en la lectura. También encontré ese libro buscando en el baúl de los recuerdos:

«Se llama Don Francisco Franco Bahamonde. Y nació en la Galicia húmeda y verde. Por sus hazañas, allá en tierras del moro, era ya a los 33 años general del Ejército español. Hoy es el Caudillo de España. Franco ama a España por encima de todo. Por encima de su vida y de su tranquilo bienestar. Franco ha sido el Generalísimo de la Victoria. Y desafió a la muerte en todos los campos de la Patria para ganar la guerra. Franco es el gobernante sabio. Y trabaja en silencio, sin descanso, para guiarnos en la paz. Por él, España ha vuelto de nuevo a ser grande y libre; admirada y temida. Y cristiana. Por él no falta el pan en tu mesa; ni la lumbre en tu hogar». 

Para que se quejen los franquistas de hoy de manipulación y adoctrinamiento a los niños en la escuela. Ya digo, este fue mi primer contacto con la lectura después de aprender a silabear. Yo recuerdo con mucho júbilo este paso, aunque no me explico cómo no terminé aborreciendo la lectura para siempre. Avancemos con ilusión, pero sin dejar de mirar por el retrovisor para no olvidar de dónde venimos. Los recuerdos son el pasado cuando queda tanto por andar uh-uh-uh-uh, cantaría con desenfado Karina en aquellos guateques al final de los años 60, cuando teníamos menos pasado y mucho más futuro para soñar y pintar de colores aquel panorama gris de los primeros años.

Pero hoy toca volver la vista atrás sin ira ni resentimiento, sin dejarse dominar por la amargura senil al evocar aquella época en la que, a pesar de todo, si no feliz (que es palabra manida y tontorrona), estaba tan contento con la vida. En una parcela marginal de un país atrasado y en ruinas; como las del cascarón del grupo escolar que la guerra impidió que se terminara, y que servía para que los muchachos nos aventuráramos, retándonos entre sus escombros y cascotes. Allí donde alguno derramó la sangre de alguna que otra pitera ocasionada por una piedra perdida jugando al herrero.

Foto 5: Donde alguno derramó la sangre de alguna pitera  ocasionada por una piedra perdida jugando al herrero.

          Sí, todos tan contentos, juntos y revueltos. Aquellas criaturas concebidas en los años de la jambre andábamos a lo nuestro, sin distinguir ni importarnos quienes eran los hijos de los rojos, o los azules (ni tampoco los moraos). Ni siquiera éramos conscientes de ello. Todos como pajarinos volanderos de la misma hornada, con las mismas ganas de disfrutar, revoloteando incansables al saltar del nido en el desamparado güerto que encontramos al nacer. Sin pasado y con todo el porvenir por delante. Nuestros eran por igual los verdugos y las víctimas, los vencedores y los vencidos que habían sobrevivido. Pero, sobre todo, nuestro era todo el tiempo del mundo en aquellos largos días de la infancia. Y así queríamos seguir porque nos importaba un bledo aquella trifulca, ya que tampoco comprendíamos la causa que la desencadenó. Aquella no era nuestra guerra.

También quedaría al margen, como todos los muchachos de la época, supongo, de otra guerra en las colonias africanas que nos pasó por encima sin pena ni gloria. De ella tuvimos noticia cuando pasaba un aeroplano tras otro y alguien decía mirando al cielo «Van pa Ifni». No sé si tendría algo que ver, pero tirando del hilo me viene a la memoria el bar de Merendilla, lleno hasta los topes, con gente que acudía a escuchar hablar a los soldados desde el frente en una radio a pilas que tenía. Quizás esperaban el mensaje de algún corito entre ellos. Cuando volvieron al pueblo los soldaos de aquel año, algunos magullados o cojeando, la gente se agolpaba en la parada de brito para recibirlos mientras yo curioseaba entre el tumulto para ver qué pasaba. Reconozco que no consigo enfocar el objetivo con claridad. Por eso no estoy seguro de si se trata de una mezcla de materiales distintos, o simplemente ensoñaciones y fantasmas de mi imaginación en la que me refugiaba tantas veces huyendo de la realidad.

Tal vez fuera mera coincidencia, lo que sí recuerdo con más precisión es una prenda de vestir a modo de chaqueta safari o sahariana que se llevaba por entonces. La llamaba seriana y a mí me hicieron una en casa. ¡Qué cosas! Seriana, brito, aeroplano... palabras que el tiempo marchitó cual flores de un día. Tan olvidadas como el pelargón y la guerra de Ifni.

Como la ropa, los escasos libros escolares se repetían, repasaban y remendaban una y otra vez. Los libros no eran objetos de primera necesidad, dadas las carencias de lo más imprescindible para sobrevivir entonces. Una vez que caí gravemente enfermo y estuve hospitalizado en Badajoz al borde de la muerte, aproveché la ocasión para pedirle a mi padre que me comprara un libro que tenía muchos santos para entretenerme. Por consideración del trance en que me encontraba accedió a mi capricho y, como el que cumple la última voluntad de un sentenciado a la pena capital, fue a la librería y consiguió el libro que tanto deseaba. Su título «Yo soy español». Todavía lo conservo. Esta es una de sus páginas (foto 6).

Uno de esos salvadores era José Antonio, el "primo" de Rivera, claro; y el otro, Franco; faltaría más. Ahora cuando lo releo, me produce respeluco, desasosiego... un profundo dolor, si quieren, poniéndome en la piel de los que sufrieron las consecuencias. Pero entonces me parecía un cuento de buenos y malos; agradeciendo los desvelos que asumían los que se encargaban de mi educación por prevenirme de gente tan perversa como los socialistas y los masones. ¿Qué serían los masones? ¿Cómo serían los socialistas? Algo así como el demonio, el tío del saco o el ogro comeniños, debí pensar. 

Pero aquel zagal no solo superó aquel primer ultimátum del destino, sino que, como tantos otros de sus coetáneos, al llegar la mocedad, se sacudiría, gracias a otras lecturas más estimulantes, la caspa superficial que les dejó la inoperante "Formación del Espíritu Nacional". Entonces empezó a cuestionar la sumisión de sus progenitores, que se dejaron embaucar por unos golpistas defensores de una España que se resistía a seguir los avances sociales y respirar los aires renovadores que soplaban. Muchos de ellos tuvieron que coger la maleta en busca de otros horizontes y entonar el ¡Adiós mi España quería...! Más tarde, los hijos y las hijas de aquellos jóvenes han podido educarse en un ambiente distendido, tolerante y con más comodidades que el que nos tocó a nosotros.

Pero no solo de pan vive el hombre… Añejas obsesiones y actitudes violentas que segaron tantas vidas en el siglo pasado, parecen aflorar otra vez conquistando las mentes de los jóvenes de hoy, que cantando el "Cara al sol" proclaman con furor guerrero aquello de “¡Arriba escuadras a vencer…!” La verdad es que se lo hemos servido en bandeja (los unos y los otros, sin h esta vez) con nuestra insaciable codicia para satisfacer depravadas apetencias materiales, desde el rey hasta el último contribuyente.

Es cosa sabida que los años mozos se distinguen por su extremosidad. Así, empujados por los vientos del tiempo, los adolescentes se ven arrastrados a actuar de forma muy distinta a la esperada. Esta actitud también nos lastra a todos al traspasar el umbral de la infancia, cuando el péndulo oscila con furia hacia el extremo opuesto. Un comportamiento que se repite una y otra vez como la morcilla lustre. Y ahora que los extremos del círculo se están tocando ¿qué hacemos? ¿Seguir con las antojeras dando vueltas como burrancos en la era o en la noria, sin avanzar ni escapar del torbellino en el que estamos atrapados?

¿Empezamos el ciclo de nuevo? Recuperemos la cordura, la estabilidad y esperemos librarnos de este vaivén vertiginoso coincidiendo en una amplia zona de pacífica armonía, sin bandazos entre la tiranía y la demagogia. Así que mantengamos encendida la llama de la esperanza: Ojalá llegue el día en que soñemos que las guerras han terminado para siempre en un mundo donde reinan la honestidad, la solidaridad y la justicia. Y que, al despertar, descubramos que es verdad. Ese día será el verdadero comienzo del amanecer de la nueva humanidad.

Juan-José Becerra Ladera
Foto 7: Calle de Zafra (Calle del General Queipo de Llano durante la posguerra y gobierno del General Franco)

Portada de la revista de festejos patronales en honor de San Bartolomé (Feria, Agosto 2025) en la que fue publicado este artículo de "En aquel tiempo... (Recuerdos de antaño)".


NOTA 

El significado de las palabras destacadas en negrita se pueden consultar en 

 https://diccionariocorito.wordpress.com/




1.5.25

El Pozo de Beber

FOTO 1 POZO DE BEBER
 El Pozo de Beber en la actualidad (foto jjferia)

De regreso de un plácido paseo mañanero hasta la Albuhera me detengo junto al Pozo de Beber. Es un apacible día de primavera. El sol, comedido aún, calienta sin la furia de aquel tórrido verano de mi lejana infancia que ahora me viene a la memoria. Me siento en el petril con la mirada fija en el agua que cae. El tiempo actual, tan inestable y movedizo, parece haberse estancado en aquel inmutable y predecible de mis primeros años. Extasiado percibo como el presente se diluye mientras fluyen los recuerdos de mi mente. Recuerdos que manan como el agua de las venas de la tierra, para surgir someros y redivivos a la luz del día. Tan claros y reales como entonces…

Entonces un muchacho que acaba de llegar montado en una burra pide la vez a los que esperan su turno. Sobre la albarda lleva las aguaeras con un cántaro en cada uno de sus cuatro jaques. A estas horas, el sol cae implacable sobre el pueblo. Un sol abrasador que se desploma sobre la pobre criatura como un costal lleno con una fanega de trigo. Aguanta como puede las embestidas de las sofocantes bocanás que escapan del horno del mediodía. Una flama despiadada que intensifica su castigo en una sequía que parece ensañarse con la tierra. Una tierra reseca que se queja bajo sus pies mal protegidos por las sandalias rotas.

El caño del pozo, apenas deja caer un hilo de agua fría poniendo a prueba el aguante de los veceros. Esa es la única frescura en esta tarde de verano, tan ardiente como las calderas de Pedro Botero. A pesar de su corta edad, ya es casi un experto en el oficio. Con movimientos seguros y precisos ha colocado la albarda sobre el enjalmo ajustando la tajarria, para asegurar enseguida las aguaeras con la cincha.

Sobre la albarda lleva las aguaeras con un cántaro en cada uno de sus cuatro jaques.

El zagal guía el animal hacia el borde del pilar, emitiendo un leve silbido para animarlo a acercar los belfos a la superficie del agua. Tras unos instantes de duda, la burra finalmente se decide y bebe hasta saciarse. El chorrillo que brota del caño atrae sus sentidos mientras cae en el cántaro con el gorgoteo transparente que se intensifica a medida que se va llenando el recipiente de arcilla. Hasta que cada cual se va aprovisionando del necesario líquido elemento para el avío de hogar. Menos mal que la frescura del agua a la sombra protectora de la bóveda le proporciona un ligero alivio del implacable sol, lo que hace más llevadera la espera. Para atenuar la tardanza, el pequeño aguador se sumerge en la inagotable corriente interna de sus cavilaciones:

* * * * *

«No te enrabes, ahora que habrá poca gente, me dijo mi madre mientras aparejaba la burra después de merendar. Los mismo que debieron pensar los que han llegado antes. Así que no me queda más remedio que esperar mi turno con paciencia. De sobra sé que este no es lugar para venir con prisas, de llegar y llenar, como quien dice.

»¿Por qué le llamarán Pozo de Beber a lo que siempre he conocido como un pilar? Es curioso cómo, aunque los lugares cambien, los nombres permanecen pegados a ellos por pura inercia de la costumbre. El pozo, como tal, desapareció o se transformó hace años, antes de que yo naciera. Pero el nombre sigue aferrado a su sitio como la vieja encina se arraiga en la hesa donde nació. Aunque pase el tiempo con sus mudanzas, los nombres persisten, como si fuesen guardeses de una memoria que nadie quiere olvidar

»Abundan especialmente los que se refieren al agua, cosa que pone de manifiesto el valor añadido que se le da a estos sitios que sirven como aprovisionamiento del preciado líquido, sea en calles y caminos o repartidos por el entorno; velahí el Pilarito, Fontanilla, Arroíto, el Cubo la Canal, la Pocita, los Cañitos, el Venero, la Mojona, el Charco Manantío, la Fuente los Perros, la Madre del Agua, el Charco el Chorro y tantos otros. Y no porque el agua destaque por su abundancia; al contrario, su escasez crea valor lo que trae consigo que estos lugares, pese a su modestia, sean tan considerados y deseables como el oro; un patrimonio heredado que había que proteger para sortear la precariedad de la existencia.

FOTO 2 CANTARERA
Canterera de madera con cántaros (jjferia)

»Además de servir de abrevadero para el ganao, desde los pilares se acarrea algo tan necesario como agua potable hasta las casas. Como este del Pozo de Beber con su equívoco nombre. A pesar de lo cicatero de su tributo (o quizá por ello), es el agua que goza de más nombradía por su finura, pureza, frialdad y trasparencia; cualidades que la convierte en la preferida por los vecinos tanto para beber como para cocinar. Al revés, la del pilar los Mellizos o de la Luná es evitada por su mala reputación. Otras son consideradas duras y bastas. A las del pilar de Arriba hay que colarlas por si las sanguijuelas. Otras son canas y calizas como las de La Peralera. Cuando vengo con mi padre del campo, me hace beber agua del pilar Manceñía, porque dice que tiene hierro, que es bueno contra la anemia por falta de apetito.

»Los cántaros, junto con la tinaja y el barril en la cantaera, ocupan un sitio preferente en el rincón más fresco del hogar, siempre al alcance de los miembros de la familia. En muchas casas, el pozo del corral almacena el agua de lluvia recogida de las canales. Esta se destina al uso de las gallinas y de otros animales domésticos, así como al riego de las macetas y al lavado de la ropa en el cucharro. El pozo con su boquerón y la carretilla para sacar agua con la cuba, también servía para quitarse las lagañas por la mañana en la borcelana, palangana o como se diga.

»Algunas madres van a lavar la ropa a uno de los lavaeros del contorno como la Sesmería, el güerto Lobo o el güerto las Guindas. Allí acuden con sus cestos cargaos pa combatir la suciedad en las pilas con jabones elaborados en casa con sosa y grasa. A la vez que a la ropa, les daban un repaso a las recientes habladurías del Cabezo. Habladurías a las se dedican ahora en este preciso instante y lugar donde me encuentro para aligerar la espera. Un coro de mozas chinchorrea repasando las noticias más frescas del pueblo. Que si han visto a Fulanito hablando con Menganita. Lo que sea ya se sabrá. El tiempo parece adormilao arrullado por el ruar de las tórtolas y el incesante chicharreo de las chicharras.


FOTO 3 LAVADERO DEL HUERTO LOBO
Lavadero del huerto Lobo en Cubillo (jjferia)

No una chicharra, sino un grillo carbonero parece por su tez y su atuendo una mujeruca. Hacia ella se dirigen ahora los herretazos más punzantes sobre su improbable experiencia carnal a pesar de sus años. La llaman la Negrita, el mote le viene que ni pintao. Las carcajadas y los gritos estridentes de las descaradas coristas y los escusaos espectadores resuenan en la bóveda del pozo, amplificando el eco de sus burlas. La mujer tiene para mí esa edad indefinida de las mujeres envejecidas prematuramente cuando visten de negro permanente, por no tener otro babero o por empalmar, uno tras otros, los lutos familiares tan prolongados y rigurosos.

»En el Grifo la siesta debe haber puesto una tregua en el bullicioso alboroto que suele formarse en torno suyo. En estiajes duraderos como este, el depósito flaquea y los cántaros vacíos se alinean en carrefilas interminables, extendiéndose como fichas de dominó abatidas por las aceras de las esquinas y calles cercanas. No todos llegan sanos a su destino. Las porfías y trifulcas habituales terminan con los cacharros rotos. Pequeños desastres que se evidencian por los tiestos desparramados alreor de aquella céntrica fuente. La algarabía se oye hasta en el cementerio.

»El Grifo. Así con mayúscula porque este es su nombre propio. Y es que grifo, no hay más que uno. Un novedoso artilugio con una llave que regula el paso del agua procedente del Venero. Aquí no podemos permitir que se derroche discurriendo a todas horas en el pilón, como es lo corriente en las demás  fuentes. Las sobras, para no desperdiciar ni gota, se encauzan hasta el pilar de San José (en tiempo de aguajes, que si no, ni eso). Los mocosos que callejean por la zona arriman de vez en cuando los hocicos para zugar las míseras escurrajas que refalan por cada uno de sus dos caños.

»El agua hasta cierto punto es de balde, pero su carencia la hace tan valiosa que exige trabajos forzosos, especialmente a las coritas. Un continuo trasiego de mujeres llevando con destreza los cántaros bombos hasta sus viviendas: En la mano, en el cuadril, bajo el sobaco y hasta en la cabeza. En la lucha por la vida, mientras el hombre, ya sea turra o gañán, es el encargado de dar el callo en el campo para ganarse el pan de sus hijos, a la mujer le ha tocao en la rifa el oficio de aguaora, acarreando el agua para el consumo de la numerosa prole. Además, claro está, de ser lavandera, barrendera, niñera, recadera, cocinera, enfermera, costurera... Como dice mi madre: “¡Me paso to’l día hecha una zacana pa criar a un méndigo como tú!”.


FOTO 4 GRIFO
Fuente del Grifo a mediados del s. XX (Francisco Felipe)

»La verdad es que los probes zagales sufrimos más que naide las consecuencias sin enterarnos siquiera. Como nos encanta meternos en to los charcos, sabemos convertir la penuria en alegría, diversión y chirigota. Y si en nuestras correrías por el campo en busca de níos, grillos, ranas o lo que se tercie, aprieta la sed, pos nos lanzamos de bruce sobre cualquier regato. Con la cautela de no quebrantar la ley natural de «Agua corriente no mata a la gente; agua pará la matará». Y si hace calor, hacemos una repiensa pa agrandar el charco. Aunque no nademos en la abundancia, nos revolcamos en la miseria; pero sin perder la alegría y el buen humor. No queda otra.

»Me acuerdo que, cuando era más chico, iba tan campante y contento a la escuela con la cartilla y el barrilino lleno de agua, pos las clases en el colegio de las monjas no se interrumpen durante el verano. Por la tarde después de los garbanzos, la morcilla y el tocino, la sed se retuerce en las entrañas como un alicante rabioso, por eso había que dosificar el contenido buchino a buche para que rehundiera hasta el final».


* * * * *

Abstraído y como ausente, el muchacho no se percata de que le toca llenar hasta que alguien le avisa de que es su turno. Con diligencia, comienza a bajar los cántaros hasta el poyo, y los va colocando uno a uno bajo el delgado hilo de agua que cae canturreando mientras se va llenando la vasija lentamente, hasta que el característico murmullo al desbordarse le indica que ya está llena.

Con cuidao, se esfuerza en retirar cada cántaro lleno y encajarlo de nuevo en las aguaeras. Su peso, que antes parecía liviano a pesar de la calor, ahora se hace sentir con fuerza en sus brazos y espalda. Cada uno, rebosante de frescura, resulta un desafío adicional, y tiene que maniobrar con maña para evitar derramar su contenido. Al terminar la tarea, se escarrancha de un brinco sobre la burra y emprende el camino de regreso. El animal acusa ahora el peso y la cuesta de vuelta a casa donde lo esperan con la carga sana y salva.

Aquí sigo ahora. ¡Cómo pasa el tiempo! El Pozo de Beber parece que dormita en su rincón. Olvidado y marginado como un serón inservible junto a la carretera de entrada. Una callejina comunica el lugar con la calle del Pozo donde estaba el cobertizo del esquilaero. Las casas de la acera están vacías, y las de la carretera se fueron convirtiendo en cocheras con los años. Unas austeras viviendas que marcan el límite del pueblo con el lejío. Ya nadie se acerca con los cántaros. El Pozo de Beber, otrora punto de encuentro y lleno de vida, descansa en un silencio indiferente. Como si hubiera perdido la memoria; ajeno al ir y venir en un mundo tornadizo y veleidoso al que ya no pertenece. Aquí seguimos los dos, compartiendo la jubilación y unos recuerdos que ya no interesan a nadie.

Tampoco hay bestias que se acerquen a beber tras la ardua faena en el campo. Reina el silencio, un silencio interrumpido de vez en cuando por el paso veloz de un automóvil. El ruido de un tractor que pasa defarata y dispersa como hojas secas el flujo de mis pensamientos, devolviéndome al presente. Me levanto y, antes de partir, ahueco las manos bajo el glacial chorrillo para despejar la cabeza y la nostalgia con una embozá de agua. Mientras subo la cuesta de la cal Pozo, voy lanzando mis versos a voleo, como el sembrador las semillas, para que el viento los disemine con la esperanza de que florezcan en esta tierra que labramos.

Confluencia de la calle del Pozo con la calle de Atrás antes de la bajada al Pozo de Beber


Por la Calle el Pozo van

los turras hacia los Barros,

a cosechar los sudores

que les depara el verano.

 

Por la calle va un pastor
careando su rebaño,
y una moza tempranera
sube llevando los cántaros.

 

Con los cántaros de agua
desde el Pozo de Beber,
agua que alivia las penas,
aunque no apague la sed.

 

Por la calle va un zagal
por la sombra pa la escuela,
un barril en una mano
y en la otra la cartera.

 

Sin cántaros ni barriles
me acerco al pozo a beber,
mientras recuerdo aquel tiempo 
que ya nunca ha de volver.


Juan-José Becerra Ladera

Por la calle va un pastor
careando su rebaño,
y una moza tempranera
sube llevando los cántaros.

NOTA 

El significado de las palabras destacadas en negrita se pueden consultar en 

 https://diccionariocorito.wordpress.com/

Artículo publicado en el número 41 la revista HERMANDAD, año 2025


9.4.25

Calle del Pozo


Por la Calle el Pozo van
los turras hacia los Barros,

a cosechar los sudores
que les depara el verano.
 
Por la calle va un pastor
careando su rebaño,
y una moza tempranera
sube llevando los cántaros.
 
Con los cántaros de agua
desde el Pozo de Beber,
agua que alivia las penas,
aunque no apague la sed.
 
Por la calle va un zagal
"po la sombra pa la escuela",
un barril en una mano
y en la otra la cartera.
 
Sin cántaros ni barriles
me acerco al pozo a beber,
mientras recuerdo aquel tiempo
que ya nunca ha de volver.


JJBL



1.2.25

Nana del pastorcino

 


NANA DEL PASTORCINO

Duerme, sentrañas mías,
cachino pan,
que si no viene el bo-bo
y te va a llevar.

A este chiquirrinino
le espantó el sueño
la pantaruja
y el tío del sebo.

Si te duermes, tu papa
te va a traer
un repión de la feria
de San Miguel.

Desenderó al mi niño
la pantaruja.
¡Cómo te coja mi papa…,
so vieja bruja!

El búho lastimero
ulula en la tueca
y el lobo hambriento
ronda la hesa.

Los borreguinos sueñan
en la majá
con la miel de los besos
de este zagal.

Ya se durmió el mi niño.
¡Qué guapo está!
Si pahe un angelino
de mazapán.

Juan José Becerra Ladera

2.1.25

Romance de la calle la Iglesia


Por la calle de la Iglesia
pregunto de casa en casa:
¿Quién vive? Ya no responden
ni Masangui, ni las Pacas
(buenos jeringos, las unas;
y el otro ¡qué buenas papas!).
Manolo Fernández, bueno
de obras y de palabras.
Don Pedro, Manuel el Rapa,
(Vengo con el incensario
vengo a recoger las brasas).
Ruiz, Antonio Martínez,
(“Niño, vete por la caja
de las telas y las muestras
que voy a hacer una capa”).
Mateo, Juan el del Caño
señor de buena labranza.
A llevar las aceitunas
al molino, y a la fragua
con las rejas pa calzarlas.
Calle de los comerciantes
honrados de noble casta,
labradores y artesanos
de oficio y de justa fama.
Hoy pregunto por sus nombres
y me responde la nada.
Un recuerdo para ellos
y una oración por sus almas.

J.J. Becerra